¿Animalistas o animatontas/os/es?
PEPE BALLESTA/

No tardará mucho la ministra de Igualdad en obsequiarnos con una ley encaminada a evitar la discriminación que supone el que, mientras los cerdos blancos viven estabulados en granjas, los cerdos negros vivan en las magníficas dehesas de Andalucía

PEPE BALLESTA

HE ESTADO TODA mi vida en contacto con animales, en mi casa siempre ha habido perros, en la actualidad me acompaña a todas partes, las veinticuatro horas del día, un magnífico pointer llamado Plutón que es, además, mi fiel compañero de caza. Por otro lado, mi amor a la naturaleza y mi pasión por el campo me han hecho conocedor y amante del mundo animal con el que he compartido muchos y magníficos momentos de mi vida. Y viene ahora una panda de iluminados ahítos de ideología prehistórica y pretende decirme cómo tengo que comportarme con mi compañero Plutón o con mis queridas y admiradas perdices. Toda mi vida empleando mi tiempo y mi dinero en crear biodiversidad, en mejorar el hábitat en una zona de España con una pluviometría algo tacaña pero en la que, gracias a mi esfuerzo, hay un punto de agua permanente cada diez hectáreas, agua que es utilizada por aves, reptiles, mamíferos, insectos y todo bicho viviente. Y viene ahora una panda de ignorantes ideologizados a hablarme de bienestar animal.

En España, en lugar del carnet de cuidador de mascotas, debería crearse uno para tener bien localizados a estos elementos. Y la calificación de raza peligrosa que pretenden eliminar de determinada clase de perros asignársela a ellos. Más o menos, quedaría así: “animalista ideologizado potencialmente peligroso”.

Hace tiempo que no sale en los medios de comunicación la joven defensora de las gallinas, ésa que dice que coger los huevos que ponen estos animales es robar, que los huevos son de las gallinas y ellas se los deben comer y, además, que hay que separarlas de los gallos para evitar que sean violadas. No tengo yo muy claro que las gallinas estén de acuerdo con la idea de bienestar de la insurrecta. A lo mejor, en reivindicación de su derecho a la libertad sexual, la han corrido a picotazos.

No tardará mucho la irrepetible ministra de Igualdad en obsequiarnos con una ley encaminada a evitar la discriminación –claro ejemplo de imperdonable racismo– que supone el que, mientras los cerdos blancos viven estabulados en granjas, los cerdos negros y colorados vivan en libertad en las magníficas dehesas de Andalucía, Extremadura y Castilla. Aquí –pido perdón por el xenofóbico dicho– “o todos/as/es moros/as/es o todos/as/es cristianos/as/es”. De modo que, cuando ella lo disponga, todos los cerdos blancos a la calle, a pastar libremente. Donde no haya dehesas, que se coman las plantaciones de lechugas o los jardines de casas como la de la ministra. Eso si los jabalíes, cabras, ciervos, muflones, conejos y demás especies cinegéticas que ya no se van a poder cazar dejan títere con cabeza. Y qué decir de los toros bravos que, prohibida la fiesta nacional, vivirán también en libertad por esos campos de Dios, a no ser que la ministra y Pedro Sánchez estén dispuestos a costear su custodia. Más de un senderista va a tener que poner los pies en polvorosa.

Educación, educación y más educación. Cultura, cultura y más cultura. O nos tomamos esto muy en serio los ciudadanos y los partidos políticos “normales”, entre los que se encuentra el PSOE de antes de Zapatero, convertido hoy en un partido unipersonal, sin principios ni moral y que no tiene más objetivo que la satisfacción de una ambición personal, o España se va al garete. El peligro es real. Quienes diseñaron la Constitución e hicieron posible la transición, ejemplo de civismo que asombró al mundo, no podían sospechar que la pandilla a la que pertenece la defensora de las gallinas pudiera llegar a formar parte del Gobierno de España, pero ahí están, cargándose todo lo susceptible de ser violentado y llevando a España al descrédito y desprecio internacional. Y mientras, el principal responsable de todo, de paseo en el Falcon sin importarle el precio de los carburantes. Cuando me vaya, dirá él, que me quiten lo “bailao”. Lo que no sé es si su ego va a soportar eso de volver a ser uno más entre el común de los mortales. Pero creo que ha podido ahorrar para pagar un buen psicólogo, entre su sueldo y el de su mujer por el “no trabajo” que realiza debe resultar una cifra interesante.

A punto de terminar esta reflexión, me llega la noticia de que las animatontas/os/es quieren prohibir la castración de los toros, cualquiera que sea su raza. O sea que se han acabado los bueyes y, por lo tanto, habrá que ir pensando cómo se realizan las labores agrícolas, de tracción, control de reses bravas, etc. que ellos hacen. Y, claro, tendremos que renunciar a sus magníficos chuletones. No conozco el dato, pero me gustaría saber los quilos de exquisita proteína que la carne de buey proporciona a la humanidad. Es imposible ser más tonto/a/e.

PD: Desconozco el origen de la frase “hacer el indio”, supongo que nada tenga que ver con los apaches, sioux o arapahoes que veían lo traspuesto, más bien, diría yo, significa comportarse como nuestro inefable ministro de Consumo; creo que es el prototipo de individuo al que se aplica el dicho. Su última gansada ha sido cargarse la dieta mediterránea. ¿De verdad tenemos la obligación de seguir pagando a esta patrulla? Si a los ministros se les pagase en función de su rendimiento, a este individuo –y a algún que otro colega, como una que yo sé- le salía negativa la liquidación, tendría que indemnizar a los españoles.

Otra cosa: De mi pobre pueblo, hablaremos… otro día.

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