“El alma existe y está en el cerebro”

A su excelente reputación, Antonio Huete suma la del médico cercano y sensible con el paciente. Es también deportista de alto rendimiento, defiende la trascendencia del ser humano y la necesidad de “educar a los niños en valores que puedan construir una sociedad más solidaria y feliz”

Antonio Huete, Licenciado en Medicina y Cirugía en las especialidades de Neurología y Neurocirugía

– Usted es, además de neurocirujano, un practicante del deporte de resistencia. Ha llegado incluso a cruzar a nado el estrecho de Gibraltar.

– Fue por una causa solidaria. También he participado en carreras de ultrafondo por el Atlas, en Marruecos. Tenemos unos atletas muy amigos allí. Al sobrevolar el estrecho me acordé de aquella travesía. Cruzamos a nado esa estrechísima lengua de mar que une y separa dos continentes tan próximos y, a la vez, tan diferentes. El deporte tiene también esa versión solidaria en la que podemos dar y aprender.

– ¿Qué tiempo tardó en nadar los 14 kilómetros y medio del Estrecho?

– Cinco horas.

– En un esfuerzo tan prolongado, ¿llega a ser más importante la resistencia mental que la física?

– Mucho más. Yo he llegado a correr cien kilómetros sin parar. Es muy importante sentirte bien. La travesía del Estrecho a nado fue muy bonita. La hicimos juntos cuatro amigos. Notamos cómo el océano nos abrazaba. Experiencias así extraen lo mejor de nosotros mismos, esas emociones profundas que hacen tan especial al ser humano. Cuando te preparas, tienes ilusión y ganas, no hay prueba que se resista, por dura que sea.

– ¿Pero el cuerpo y la mente deben mandar mensajes continuos para que pare?

– Siempre. También le ocurre al enfermo que lucha contra una enfermedad importante y a los padres que padecen un problema serio de salud de sus hijos. La vida no es fácil. Consiste en enfrentarse constantemente a los inconvenientes que salen a nuestro paso. En esos momentos, el deporte es escuela de vida. Te enseña a seguir adelante. Aferrarte a las personas que tienes a tu lado y a enfrentarte a las contrariedades con esperanza y fe. La vida no es fácil, pero hay que aprender de quienes son felices: de los niños. Y de los más vulnerables. En esas personas encontramos luz muchas veces. Porque la felicidad consiste en alejarse del engreimiento. Hay que ponerse del lado de los demás. Ayudar cuando se pueda y sacar lo mejor de quienes tenemos junto a nosotros.

– ¿Qué ganamos si no ponemos cerca de los más desamparados?

– Mucho, porque cuando uno toca fondo se da cuenta de las cosas verdaderamente importantes de la vida, que son muy poquitas. Eso es, precisamente, lo que consiguen personas que he tenido la fortuna de conocer en algunos países que he visitado, como Guinea Ecuatorial o República Centroafricana. Se aprecia en la mirada limpia de esos niños, que te miran a los ojos y te derriten con su inocencia.

– ¿Qué lee o interpreta en esas miradas?

– Que somos seres trascedentes. Estoy convencido de que el ser humano se extiende más allá de lo perceptible y de lo inteligible. Por eso no nos quedamos solo en lo material. Hay algo más. Cuando vives con esa trascendencia, alcanzas experiencias inimaginables para quienes se quedan solo con lo tangible.

– ¿Qué sabe hoy la Neurocirugía de la mente humana que desconocíamos ayer?

– Nos queda muchísimo por conocer. En primer lugar, deberíamos preguntarnos por qué no procuramos desarrollar al máximo lo que ya sabemos. Tenemos un cerebro emocional con el que podemos transformar los instintos violentos en altruismo y solidaridad. ¿Por qué no gastamos las fuerzas en formar a los niños y jóvenes en valores que los hagan crecer como personas y sociedad?

– ¿La ciencia es capaz de modificar los comportamientos violentos de un individuo?

– La Neurocirugía conoce áreas cerebrales que causan determinados comportamientos y puede tratarlos. Otros comportamientos pertenecen al campo de la educación, y es preciso abordarlos mediante una formación más integral con el fin de sacar lo mejor las personas, de nuestros jóvenes. Conseguir que se impongan los valores que pueden hacer una sociedad más justa, solidaria y feliz.

– ¿Cree que el alma reside en el cerebro de la persona?

– Indudablemente. La trascendencia, el alma, lo que nos hace ser seres distintos está en el cerebro.

– Y, cuando fallecemos, ¿sólo muere el cuerpo?

– Exacto. Somos seres trascendentes.

– ¿Lo ha comprobado como médico?

– Soy una persona de fe, pero le hablo como científico. Mi día a día es batallar con personas que tienen problemas muy serios, y la experiencia me hace reafirmarme en que somos seres trascendentes. No me cabe duda.

– ¿Ha conocido a alguien que le haya reafirmado en su creencia?

– A dos personas. Eduardo Strauch, uno de los supervivientes del accidente aéreo de 1972 en los Andes, estuvo 4 minutos enterrado en la nieve y me ha reafirmado que esto es realidad. Y Araceli, una misionera mercedaria que, incluso cuando estaba agonizando, atendía a muchos inmigrantes en condiciones muy básicas en Níjar. Yo digo a los parientes de mis enfermos en UCI que hay que darles la mano, trasmitirles por la piel los sentimientos, porque les llegan.

– ¿Le ha referido alguien la aparición de seres queridos en los momentos finales?

– También.

– ¿Y no cree que es más un deseo que una realidad?

– Podría ser. Nos movemos en terrenos muy complejos. El ser humano es finito. Nos creemos mucho y no somos nada. La Tierra es una infinitésima parte de una galaxia que, a su vez, es una minucia en un sistema incalculablemente más amplio. No somos nada. Nos creemos omnipotentes y, por el contrario, somos muy pequeños. Pero en esa pequeñez, la trascendencia del ser humano nos hace muy grandes. No es fe. Es ciencia de un neurocirujano.

– ¿Cree en la inmortalidad?

– Efectivamente. Existe la inmortalidad espiritual y trascendente. Indudablemente.

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