Fotografía* Mojácar en 1959 / Blog Almería antigua.
La emigración que se incrementó a partir de los años veinte aceleró el proceso de envejecimiento del núcleo urbano de Mojácar, porque los que emigraban huyendo de la pobreza y del hambre eran, generalmente, jóvenes que ni siquiera volvían la vista atrás y abandonaban sus viviendas sin tener, en muchos casos, ni tan siquiera la escritura de propiedad
Benjamín Rappaport dejó escrito que, a su llegada, encontró a los mojaqueros hospitalarios y generosos, y que estas virtudes pronto derivaron en un mercantilismo exacerbado y en una mentalidad de consumo desbocado
CUANDO LAS VIVIENDAS habían sido abandonadas, otros vecinos o familiares acuciados por la necesidad de leña y madera para el fuego, tomaban esas maderas, ventanas, puertas y colañas de los techos.
El proceso de envejecimiento se aceleraba y las débiles paredes de piedra tomada con yeso, libres en parte de la atadura de los techos, no tardaban en perder verticalidad. Tirarlas al suelo se transformó en un divertimento de los niños del pueblo que, ajenos al peligro que corrían, jugaban a esquivar la caída de los escombros.
A comienzo de los sesenta el pueblo era un conjunto de casas pardas, sucio y pobre, de calles empedradas y mal barridas transitadas por animales. Las casas de color marrón-ocre (sólo parcialmente se encalaban algunas fachadas) estaban rodeadas de cascotes que dejaban intransitables e irreconocibles algunas calles. Ante el peligro de desaparición, el Ayuntamiento de Mojácar ideó una campaña para regalar solares y construir viviendas en el casco urbano a cuantos foráneos lo solicitasen.
Alguien bien formado, como Esteban Carrillo, confeccionó para el alcalde un informe sobre el procedimiento a seguir, pero éste entendió que, siguiendo mínimamente el camino marcado por las leyes, con los medios disponibles, no llegaría a ninguna parte, al eternizarse los procesos burocráticos que nadie, en el Ayuntamiento, entendía ni podía seguir.
Nunca sabremos lo que hubiera pasado siguiendo el camino legalista, recogido por Esteban, aunque sabemos lo que realmente pasó yendo sin cortapisas, directamente al grano. Hoy sería imposible repetir algo parecido con los jueces frenando permanentemente cualquier proceso al que hincan el diente. Todo, pues, se hizo rápido, de forma expeditiva.
Cualquier obstáculo o problema relacionado con la propiedad del terreno o la burocracia de la legislación urbanística se “solucionaba”, de forma tajante y definitiva, sobre la marcha. No creo que en ningún otro lugar ni momento, las bases del “derecho” hayan desaparecido de forma tan súbita como en la Mojácar de los años sesenta.
Elegir el solar dando un paseo con el alcalde, buscar el vendedor, que muchas veces era el mismo ordenanza del Ayuntamiento -quien casualmente llevaba más de veinte años ocupando el solar- y tratar -que ni siquiera era contratar-, la construcción con algún albañil en el bar de la Plaza Nueva, se transformó en una rutina.
Con un poco de suerte el albañil podía conocer mínimamente el oficio y entender el croquis que el propietario hacía sobre la marcha y hacía las veces de proyecto. Todo era claro y hubo un momento en que la mayor empresa constructora era la llamada popularmente COCASA (Compañía de catetos S.A.).
Periódicos nacionales e internacionales se ocuparon del fenómeno y algunos periodistas tan populares en aquellos años como Tico Medina, se “abonaron” a visitarnos. El boca a boca se disparó y Mojácar empezó a conocerse allende las fronteras como el paraíso perdido, al que ninguna carretera había llegado durante cientos de años.
Fue como si en el pueblo hubiese caído tres años seguidos el gordo de la lotería de La Navidad. La notaría de Vera no daba abasto a legalizar todo lo que le llegaba y los empleados de los bancos de los pueblos cercanos llegaban a pasarse el día en Mojácar persiguiendo las transacciones dinerarias.
Los mojaqueros, cuyo vehículo más apreciado era la bicicleta -había un par de motos en el pueblo y el más abundante era la burra- comenzaron a no extrañarse al ver aparcados en la Plaza Nueva algún Chevrolet, un Mercedes e incluso un Rolls-Royce.
Comenzaron a llegar albañiles y otros profesionales con sus familias y sus hijos, en general de corta edad, que crecieron y se quedaron a vivir en el pueblo.
Casi todos los turistas también decidieron afincarse y Mojácar, como el Ave Fénix que dicen que renace cada quinientos años, renació de sus cenizas quinientos años después de ser conquistada por los cristianos, envuelta e impregnada de muchas de las esencias, aromas y misterios que la habían hecho eternamente única para los visitantes que quisieran disfrutarla.
El anecdotario que recuerda el cicerone podía dar para muchas horas de charla, pero aquí se trata de saber qué cosas se hicieron más que saber cómo se hicieron, aunque ambas cosas vayan unidas. El cicerone no deja de sorprenderse cuando oye a bastantes visitantes comentar: “qué bien han conservado este pueblo”. ¿Cómo explicarle la “buena conservación” de un pueblo donde todos los edificios son nuevos y la mayoría de las calles no conservan los mismos materiales, la misma planta ni el mismo recorrido?
Los materiales de las estructuras de las nuevas viviendas son distintos a los antiguos, al igual que los de los paramentos planos, suelos y techos, cubiertas y pinturas. El yeso ha sido desplazado por el cemento y la launa de los “terrados” por lámina impermeabilizante y loseta cerámica.
Las viviendas son prácticamente el doble de espaciosas que las antiguas y sus distribuciones en nada se parecen. En las nuevas viviendas no hay lugar para los animales, con la excepción de mascotas, y la disposición de la cocina el comedor y salón se hacen de forma diferente. En cuanto a las calles, su principal diferencia radica en la anchura cuando son nuevos los trazados, y sobre todo en los acabados de calzada con que se han cubierto o sustituido los empedrados -exigidos por el herraje de las caballerías- por otros lisos más apropiados para personas. El colorido de las viviendas, antes ocre debido al color de las impurezas arcillosas del yeso local hecho artesanalmente con algunos paramentos blancos enjalbegados con cal, ha sido sustituido por un blanco total debido al encalado, pintado o revocado ahora con “blanco Mojácar”.
¿Qué conservó Mojácar de la ciudad antigua o crisálida original hasta completar la metamorfosis que la transformó en la ciudad actual?
La metamorfosis inicial de Mojácar contó a su favor con el factor tiempo y la capacidad de improvisación. Una de sus principales características fue la ausencia de arquitectos y de constructores cualificados. Aunque parezca un contrasentido, la arquitectura profesional y, por supuesto, la oficial, no se toma tiempo, y en general carece de capacidad y sensibilidad para recoger saberes y necesidades de belleza, equilibrio y serenidad consagrados muchas veces por la tradición.
Está claro que no es una conclusión que pueda formularse en términos absolutos (lo intentaremos puntualizar en estos escritos), pero en el caso de Mojácar salta a la vista la falta de sensibilidad, de respeto a la tradición y de osada soberbia de los profesionales de la arquitectura, a juzgar por las obras de los arquitectos realizadas sobre el núcleo urbano original, que producen rupturas más ostensibles cuanto más voluminosas son.
Mojácar, en cuanto dejó de ser tan pobre, pudo pintarse de blanco. Desde dentro, desde fuera, de cerca y de lejos la visión de los prismas blanqueados del núcleo urbano provocan la ruptura con los colores naturales del entorno, vivificándolos de forma gratificante. El blanco favorece la imagen de la actual Mojácar como un buen maquillaje realza los hermosos rasgos de una mujer guapa y le pone un plus de atracción y belleza por encima de la Mojácar anterior.
Lo que Mojácar conservó de su estructura urbana y de su estilo y soluciones constructivas se debe al hecho de que fue reconstruida básicamente por albañiles, sobre solares antiguos y sobre un viario preexistente que se aprovechó cuando se pudo.
A ello se sumó la pobreza y la falta de medios económicos de los primeros ayuntamientos frugales y austeros, que no pudieron sucumbir a la tentación de algunos políticos ególatras para dejar su impronta en la imagen de la nueva ciudad a base de acometer obras para las cuales no tenían conocimientos ni sensibilidad, como posteriormente ha sucedido.
Iniciada la reconstrucción de los sesenta y ante el aluvión de nuevas viviendas que los turistas fueron construyendo, respondieron los mojaqueros renovando sus propias viviendas y Mojácar conoció los mejores años de esta nueva etapa. Tuvo mucho que ver con ello la calidad humana de unos y otros.
Los primeros turistas que llegaron a Mojácar decidieron vivir aquí porque encontraron un paraíso perdido donde, pese a que España vivía en una dictadura, gozaban de espacios personales de libertad nuevos, lejos para ellos de la opresión de la gran ciudad y de la incomunicación que producen las masas formadas por desconocidos. Los mojaqueros los acogieron y agasajaron afectuosos. Recuerdo cuando uno de los primeros turistas, el Sr. Torrent, recibió un camión con muebles en la Plaza Nueva y se encontró con el problema de llevarlos a su nueva casa. Conocido el problema en el bar cercano, antes de que abriese la boca una hilera de hombres, mujeres y niños estaban trasladándole los muebles. El Sr. Torrent, sorprendido y con una lágrima asomándole en el rabillo del ojo, invitaba entre abrazos a todos en el bar de Paco Haro.
La ciudad cambió a pasos agigantados y quizás con ella la ciudadanía y la primera Mojácar reconstruida pronto fue otra ciudad. Un turista afincado en Mojácar, Benjamín Rappaport, dejó escrito que, a su llegada, encontró a los mojaqueros hospitalarios y generosos, y que estas virtudes pronto derivaron en un mercantilismo exacerbado y en una mentalidad de consumo desbocado.
Los años sesenta y parte de los setenta fueron los mejores años del periodo de construcción-reconstrucción de Mojácar, porque la esencia de una ciudad radica en las relaciones humanas que establecen sus habitantes.