El Papa Francisco, jesuítico hasta las cachas con piel de franciscano, en la peor de las acepciones del adjetivo, ha sabido ventear el aire de su tiempo, que es el nuestro, en el que la corrección política desplaza la dura realidad, o al menos lo intenta.
Hasta en su muerte, y las disposiciones de las pompas fúnebres de su humildísimo entierro, trata de persuadirnos de que él ha sido, es y será diferente a sus predecesores.
Cada uno, pero sobre todo, si uno es Papa, tiene derecho a decidir lo que debemos hacer los demás y pastorear a su grey por los caminos que mejor lleven a la salvación eterna.
Martín Lutero lo hizo, escandalizado por aquellos papas del Renacimiento que impulsaron, con impuestos y simonías, una arquitectura ante la cual hasta los ateos más hirsutos no pueden por menos que lamentar secretamente haber perdido la fe de sus mayores. Ascetismo protestante que trajo las guerras de religión a Europa, ríos de sangre e incontables masacres entre hermanos en Cristo, muy poco cristianas por cierto.
Aquel cisma produjo también, por si fuera poco, una prescindible y olvidable arquitectura, presagio del brutalismo actual, de hormigón y acero corten, que ya iguala de modo ecuménico la arquitectura católica con la protestante y los edificios religiosos con las naves industriales.
La fe atraviesa así la dura prueba de hacerse necesariamente incompatible con la belleza en este orden de cosas. Eso hemos perdido. Bien, es el signo de los tiempos y quizá rezar en un polígono industrial acredite y refuerce las creencias en quienes las tengan.
El Papa recientemente fallecido tenía a gala ser uno de nosotros, en una protesta sorda e indisimulada frente a sus predecesores. Sus pequeños gestos populistas, aquellos que hicieron célebre a Evita Perón, han dulcificado la severa opinión que laicos e irreligiosos manifiestan contra todos los papas anteriores. El pastor se mimetiza con las ovejas. Lo que no deja de ser halagador para las ovejas…
La renuncia a las formas no parece tan importante -podría, en su humildad, ir en chándal- cuando del mensaje se trata, y seguiría siendo el Papa. Supongo.
Pero a cualquiera que haya estado en Santa María Maggiore, el pecado contra la arquitectura de la capilla elegida por “Franciscus” le llamará la atención precisamente por la pretendida humildad y disonante sencillez que, “a sensu contrario”, parece acusar a aquellos cristianos y aquellos papas, hoy ya olvidados para bien o para mal, que eligieron su enterramiento en la belleza intemporal de sus mármoles.
La visita a la abrumadora e impresionante colección de los Museos Vaticanos, supongo que incomoda a los protestantes fervientes por el contraste entre el lujo acumulado durante siglos y las admoniciones recurrentes a mercaderes y millonarios para que renuncien al capitalismo y abracen de una vez a los pobrecillos, y seamos por fin todos ovejas del deseado igualitarismo.
No digo yo, no estoy seguro que fuese deseable que dejaran todos los bienes, los vendieran y que con el importe de esa gigantesca subasta se vistiera y alimentara a los pobrecillos parias de la tierra. Pero al menos la camiseta de Maradona que se exhibe poco antes de la salida, sí podría venderse, antes de que adquiera la condición de reliquia, para que ese acto cortase en un punto esas infinitas líneas paralelas que separan lo que se dice de lo que se hace.