En el fascismo el monstruo es siempre un ser solitario y débil –un niño de cinco años y sus padres- frente a la masa, que siempre tiene la razón
PARA EL ANALFABETISMO rampante en los medios de comunicación televisivos el fascismo ya no es una ideología propia de los años treinta que fue derrotada militarmente mediada la década de los cuarenta, sino un anatema que excluye a cualquiera que ose disentir de lo políticamente correcto. Lo políticamente correcto, a su vez, suele venir, como casi todo, de los Estados Unidos, país con el que mantenemos desde hace mucho tiempo una relación de amor-odio, que alterna, según nos gusten o no sus cosas, papanatismo admirativo y desprecio evidente.
El fascismo como ideología estructurada ha desaparecido. Eso no quiere decir que no existan conductas que, aunque se vistan de seda y modernidad, nos evocan la escenografía del fascismo, su retórica y su liturgia. Tan parecidas, por cierto, al otro gran totalitarismo, que persiste, aunque ciertamente muy desvaído, en la ministra de Trabajo y en el patético ministro de Consumo.
La antorcha de estas evocaciones está hoy, diciembre de 2021, en el nacionalismo catalán. Yo creo que las más evidentes manifestaciones desde el pistoletazo de la Declaración Unilateral de Independencia, no fueron las quemas de contenedores y los ataques y humillaciones a las fuerzas de seguridad del Estado. Han sucedido estos días en un colegio de un pueblo de Barcelona: los padres de un niño de cinco años se han colocado, y han colocado a su hijo, de cinco años nada menos, en la diana de los que siempre han señalado y perseguido con antorchas, banderas y escupitajos al débil. Al que está solo. Aunque sólo la mitad escasa de los catalanes se digan independentistas. La otra mitad, gracias a la traición de Ciudadanos, ni está ni se la espera.
Los padres y el niño están más solos que el Gary Cooper de “… ante el peligro”.
Tuvieron estos padres, nunca lo hicieran, la extraña pretensión de intentar hacer efectiva una sentencia que permitiría que el castellano no se abandonase del sistema educativo nacionalista, y esa es una línea mucho más roja que las marchas multitudinarias, los pasquines y el sueño enfermizo del irredentismo.
Ya han conseguido que la población persiga al monstruo hasta acorralarlo, como en la película de Frankenstein. En el fascismo el monstruo es siempre un ser solitario y débil frente a la masa, que siempre tiene la razón.
Ya no hay jueces en Berlín, contrariamente a lo que decía aquel molinero que pretendía hacer valer su derecho frente al emperador Federico el Grande. La imagen no puede ser más evocadora. Es inevitable recordar la noche de los Cuchillos Largos o la fotografía del niño que sale, con las manos en alto, del gueto. Con el agravante de que no es organizado por ningún partido nazi, ni le apunta ningún soldado, sino por el populacho, encantado siempre de matar simbólicamente al enemigo del pueblo catalán. El mensaje no deja de estar claro: no os amparéis en la justicia, porque solo triunfará nuestra voluntad. Es sorprendente cómo gente que se considera seguramente un dechado de civismo, que recicla el vidrio y cuida amorosamente de sus perros, puede envilecerse tan rápidamente.
Trasímaco, el filósofo que se asoma para polemizar con Sócrates en “La República” de Platón, dijo algo que siempre hay que tener en cuenta lejos de ensoñaciones idealistas sobre el ser, que nos negamos a reconocer, y el deber ser, en el que creemos a pies juntillas: “la justicia es aquello que conviene al fuerte”.
Un pueblo con antorchas, ostracismos y presiones, acabarán por acobardar a unos ilusos padres que creían en que la justicia les ampararía.
Nos muestra ese acoso repugnante el purísimo destello del fascismo en gentes que seguramente no saben que esa conducta, además de miserable y cobarde, no es “progresista”.
La cuestión es ¿para qué sirve un estado que no hace valer sus propias leyes y que desprecia a los tribunales cuando no les gustan sus resoluciones? Es un estado -un gobierno- fallido que por cobardía, por inercia o, peor, por interés político, no es capaz de dar a los disidentes otro camino que el exilio. Mal vamos.