Análisis político u onomástico
AMANDO DE MIGUEL/

EL ESCRIVA DE AL-MANSUR

El mandamás ha descubierto que las palabras sirven no sólo para comunicar, sino para engañar. “Emponderamiento, sostenibilidad, inclusivo, transversal, multicultural, resiliencia…”

AMANDO DE MIGUEL/

ASOMÉMONOS AL GÉNERO de los comentarios políticos en la prensa. Aunque alardeen de la etiqueta científica de “análisis” (= examen o estudio pormenorizados), en realidad, todo se resuelve en una somera presentación de los personajes de turno. El comentario sobre la situación política termina siendo una especie de caracterización de los protagonistas con nombres y apellidos.

Si bien se mira, el contenido de las conversaciones cotidianas de todos nosotros se centra en las continuas alusiones a personas conocidas por los interlocutores. Lo mismo pasa con las crónicas sobre el fútbol o los toros, entre otros espectáculos. No se pueden hacer sin referirlas a los nombres de los jugadores, actores o intérpretes. Los programas informativos de todos los medios se desenvuelven con el enfoque de las reacciones de los “protagonistas de la noticia”. Es patente el necesario psicologismo que surge de tal tratamiento.

No extrañará que los episodios de la política, las decisiones de los Gobiernos, las críticas de los partidos de la oposición se resuelvan en menciones personales. Las etapas políticas se califican, cómodamente, con el abstracto derivado de un nombre propio. Así, franquismo o, ahora, sanchismo (un poco forzado por el apellido Sánchez). En el pasado, los grupos políticos se etiquetaban con el epónimo del fundador: prietistas, azañistas, mauristas e, incluso, el sesquipedálico allendesalazaristas. A mediados del siglo XIX, el conde de San Luis se hizo famoso por cultivar el nepotismo, la corrupción en todas sus formas. Sus seguidores se llamaban “polacos” y sus arbitrariedades, “polacadas”. No se trataba de un gentilicio. “Polacos” eran, antes, los partidarios fanáticos del Teatro del Príncipe; un equivalente asociativo de los seguidores de los actuales clubes de fútbol.

Lo peculiar de un mandamás de la política es que habla (en menor medida, escribe) de un modo particular. Por tanto, hay que estar muy atentos a lo que discursea o declara. El mitin político es la exhibición de tal cualidad. Al final, el éxito consiste en pedir a la naturaleza que le dé el nombre exacto de las cosas, como clamaba el poeta Juan Ramón Jiménez. La originalidad de la efímera Falange Española, en su día, fue, precisamente, su descubrimiento de novedosos términos. Luego, los explotó Franco hasta el hartazgo, sin haber sido nunca falangista. La operación innovadora se repite en la actualidad. Véase el original vocabulario, con el que la izquierda en el poder compone sus discursos y declaraciones: “cambio climático, ecología, global, perspectiva de género (femenino), emponderamiento, sostenibilidad, inclusivo, transversal, multicultural, resiliencia”, etc. Permutando tales voquibles, con algunos socorridos verbos, el mandamás se propone impresionar al público. Ha descubierto que las palabras sirven no sólo para comunicar, sino para engañar. Es el mejor modo de apuntalarse en el poder. No otra cosa es el efecto principal de la propaganda, el arte de combinar voces sonoras e imágenes impactantes. El proceso es, siempre, una astuta selección interesada. Valga la ilustración de la síntesis de noticias de la tele sobre los encuentros de fútbol. Como se trata de escoger los momentos de los goles, los porteros quedan como tontos. En cambio, los goleadores se muestran como una especie de guerreros heroicos.

La propaganda, como palabras o imágenes escogidas, se aplica a todos los campos. En las noticias sobre la catástrofe del volcán de La Palma, las fotos o vídeos que se emiten se entretienen con las espectaculares erupciones. Pocas se darán sobre la lava engullendo las casas o los huertos. En este caso, la “buena noticia” se redondea con los turistas que han ido a hacerse selfis con el fondo del volcán. En cuyo caso, la tragedia colectiva se minimiza y se convierte en espectáculo. Es el recurso mágico para ocultar el sujeto paciente de las víctimas. En el episodio de la pandemia del virus chino, su tratamiento por los medios llega a extremos de prestidigitación: pocas veces aparecen los enfermos y ninguna los fallecidos. Una visión tan desagradable se sustituye por la “buena noticia” de los miles de brazos, entregados al suave pinchazo de las vacunas. En ese rito, interesa destacar que las personas dolientes son anónimas.

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